Los maestros son mediadores. Transmiten a otros, sobre todo a quienes son más jóvenes que ellos, lo que han experimentado y lo que han adoptado de otros maestros y seguido desarrollando de tal modo que lo han hecho suyo.
Entre los maestros y lo que de ellos aprenden existe un desnivel; pues el maestro da y los discípulos toman. Si ese desnivel es aceptado y los discípulos honran y respetan al maestro, pueden aprender el máximo con él. Y él podrá darles el máximo. Quien aprende sabe que está subordinado porque es el necesitado que espera y desea algo de su maestro. Si la relación entre maestro y el discípulo ha de servir inalteradamente al conocimiento, a la experiencia y al crecimiento, ese desnivel y el comportamiento acorde a él son necesarios.
El maestro no debe ponerse al nivel de los discípulos mientras éstos todavía quieran algo de él, y el discípulo no debe acercársele demasiado y pretender medirse con el maestro. Pues si esto ocurre, el maestro se negará al discípulo y ya no le comunicará cosas importantes, sobre todo aquellas que sólo se puede confiar a otros en la más profunda sintonía. El maestro incluso podría despedirle, de manera que tendría que salir adelante solo y demostrar ante otros su superioridad sobre el maestro o al menos su igualdad con él. Este es un reto ante el cual uno puede crecerse, pero también fracasar. Fracasar sobre todo si los que quieren aprender de él conocen y respetan a su maestro.
Por eso, al discípulo le corresponde reconocer y asumir la dependencia mientras aprende. Es decir, mientras aprende es, en cierto modo, pequeño. Pero en cuanto ha aprendido lo suficiente, llega el momento en que debe separarse de su maestro. Entonces hace sus propias experiencias, se convierte quizás a su vez en maestro y transmite a otros lo que su maestro le ha enseñado. Al mismo tiempo, lo aprendido de esta manera tiene que verificarse en la acción concreta, pues sólo en el hacer y en el éxito propio se vuelve patrimonio personal. Esto le será tanto más fácil cuanto más vinculado interiormente permanece a su maestro. Entonces éste estará detrás de él con ánimo benévolo y le prestará apoyo y ayuda, aun cuando haga algunas cosas de forma distinta a como las hace él; lo mismo que detrás de un padre o una madre permanece benévolamente presentes sus propios padres cuando enseña a sus hijos. Porque entonces los hijos pueden tomar de sus padres con mayor agrado lo que éstos les dan y transmiten.
Pero del mismo modo que los hijos pueden tomar poco de los padres si se ponen por encima de éstos, así le sucede al discípulo que se eleva sobre el maestro negándole el respeto. Poco tomará de él.
Pero también nos encontramos a maestros totalmente distintos, aquellos que nos aleccionan siendo diferentes a nosotros o incluso combatiéndonos. Sin abrirnos directamente a ellos, vemos que debemos crecer en el roce con ellos. Si los aceptamos acabaremos aprendiendo de ellos lo decisivo.
También Dios o lo divino o el mundo tal como es nos instruyen a su peculiar manera, siempre que los afrontemos absolutamente desnudos, sin defensa, expuestos a ellos a la vez que concentrados. Nos enseñan a través de su existencia, nos quitan nuestro saber orgulloso, nuestra curiosidad, nuestros sueños, nos conducen hacia una noche oscura donde el viejo saber pierde su valor, y es precisamente así cómo nos atraen a su cautiverio y a su servicio.
Pensamientos Divinos. Bert Hellinger
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